Nunca he sido el más cercano a mi padre todo el tiempo, a pesar de haber compartido momentos muy afables de unión y conexión profundas, sobre todo en los conciertos o en los almuerzos que compartimos durante los primeros semestres de universidad, cuando me mostraste un montón de restaurantes deliciosos por la 100, la mayoría de las veces los viernes, en los que yo añoraba probar platos nuevos desde el lunes de cada semana, para ir construyendo esa relación nuestra tan peculiar, tan diáfana y tan cándida, mientras recuperábamos el tiempo perdido, escuchando Led Zeppelin en el New Beetle rojo.
La cercanía constante nunca ha sido una necesidad imperiosa. Ni contigo ni con nadie. Esto pasa por las enseñanzas que me ha legado tu forma de ser pragmática y desapegada, tal vez consciente de lo fugaz de las relaciones entre seres humanos.
En los últimos años he notado que tu ADN está impregnado en mi sangre en todo lado y a toda hora. A veces me impresiona verme convertido en una versión alterna de mi padre, por algunas cosas que les voy a comentar a continuación.
Me doy cuenta por la forma en la que ambos procuramos levantarnos muy temprano en la madrugada para preparar café muy oscuro, negro azabache, como la noche sin estrellas. Ambos amamos la comida condimentada, el picante muy picante y a veces también nos pica la necesidad de un whisquito un viernes, como a eso de las seis de la tarde, cuando el atardecer está esplendoroso y hemos atravesado una semana muy cargada de trabajo.
En general, ambos nos tomamos la vida con mucha calma. Nada es una tragedia, todo tiene solución, ni siquiera lo más grave es tan grave y si no se puede hay que seguir para adelante.
A ambos nos encanta salir a comer rico, descubrir lugares, sabores y texturas, pero siempre apegados a los tres o cuatro ingredientes básicos de la cocina mediterránea. Ajo, cebolla, tomate y oliva, porque también sabemos que menos es más.
Hasta hace apenas un par de años, no sé si subestimaba o daba por descontada la fuerza insondable de la genética. Hoy me confronto a diario con el hecho irrefutable de ser un comercial al igual que mi padre, al menos una porción de mi trabajo. Aunque me repetí toda la vida muy tercamente que no servía para vender y aunque me falta aprender un montón, hoy encuentro consuelo e incentivos en compartir ADN con uno de los mejores comerciales que conozco.
Algunas de las oportunidades más significativas que me ha proporcionado la vida han sido producto de la labor disciplinada de mi padre tras décadas de vender carros, conocer a profundidad la psicología humana, entender el detalle de un mercado latinoamericano de automóviles que representa cientos de miles de millones de dólares en el continente, y tener el tacto suficiente para seducir y convencer a miles de personas en toda su trayectoria de invertir una suma considerable de plata para hacer una compra que, en el mejor de los casos, las acompañará para el resto de la vida.
De mi padre también aprendí o adquirí de forma inconsciente
•La imperiosa necesidad de mantener el rostro imberbe y de raparme en el momento más inesperado
•La virtud de aguardar y apreciar el silencio y no decir nada si no hay nada para decir
•La capacidad de hacer chistes sobre todo, incluyendo la tragedia, pero con el tacto de saber al frente de quién hacerlos
•El instinto tan humano de no querer saber de nada ni de nadie, pero nunca escaparse del todo sino volver a flote cuando toca
•La inclinación a votar por la derecha camandulera, arancelaria y restrictiva de la libre competencia, sopesando el mal menor como matemáticos actuariales
•El impulso de usar cachuchas los fines de semana y de darme un gustico de vez en cuando
Sin embargo, las mayores lecciones que me llevo de mi padre nunca me las dijo explícitamente, enseñándome de una vez que uno no es lo que dice, sino lo que hace.
Mi papá rara vez se queja, es paciente, agradecido y no guarda una pizca de rencor por nadie. O al menos eso es lo que yo conozco de él. Sé que su trabajo ha sido el motor de su vida y por eso admiro todas esas veces en las que se levantó todos los días a hacer lo que toca, estoico y determinado. No importó si las ventas estaban bajitas. No importaron vientos económicos contracíclicos.
Recuerdo que una vez yo estaba pasando por un momento, digamos, complicado, veía la vida en blancos y negros, y le pregunté a mi papá cuál había sido la mejor época de su vida. Escueto, lacónico y acertado, como es él en ocasiones, me dijo: «TODAS». Así comprendí, o empecé a comprender, que los fenómenos que acontecen en el universo no son en principio ni buenos ni malos, y que el filtro moral se lo pone uno. Como leí alguna vez en un estado de WhatsApp de mi hermanito Daniel, el inteligente de la familia, «el sol sale sobre buenos y malos», como leí en otro lado, «God is all of the time», que creo que se traduce «Dios es bueno todo el tiempo».
Mi padre fue muy explícito en que fuera corto y conciso, pero es muy difícil mantener la brevedad en uno de los días más importantes de tu vida y la de Ale.
Me conmueve cada centímetro que seas feliz a su lado, por eso termino reflexionando acerca de lo que para mí significa el amor, que curiosamente se parece mucho a la meditación. Esto es, en últimas, no ponerse la venda, evitar engañarse a sí mismo e intentar ver las cosas como son.
El amor es todo lo que se te pasa por la conciencia durante el tiempo en que estás inmóvil, en silencio. El amor es provocar que nazca en tu interior un testigo que observa el torbellino de los pensamientos sin permitir que te arrastren y después dejando que te sacudan. El amor es ver las cosas como son. El amor es despegarte de tu identidad. El amor es descubrir que eres otra cosa que lo que dice sin cesar: ¡yo!, ¡yo!, ¡yo! El amor es descubrir que eres otra cosa que tu ego. El amor es una técnica para erosionar tu ego. El amor es zambullirse y afincarse en las contrariedades de la vida. El amor es no juzgar. El amor es prestar atención. El amor es observar los puntos de contacto entre lo que eres tú y lo que no eres tú. El amor es el cese de las fluctuaciones mentales. El amor es observar esas fluctuaciones que llamamos los vritti para calmarlos y al final eliminarlos. El amor es estar al corriente de que los demás existen. El amor es zambullirte en tu interior y excavar túneles, construir barreras, abrir nuevas vías circulatorias y presionar para que algo nazca y desembocar en el gran cielo abierto. El amor es encontrar en tu interior una zona secreta e irradiante en la que te sientes bien. El amor es estar en tu lugar, sea donde sea. El amor es ser consciente de todo todo el tiempo. El amor es aceptar todo lo que se presenta. El amor es no contarse más historias. El amor es desistir, no esperar ya nada, no intentar una acción, sea la que sea. El amor es vivir en el instante presente. El amor es no añadir nada. Ya está.
Me siento orgulloso de irme convirtiendo, al cabo de los años, en una versión alternativa tuya. Te admiro y te amo con tus luces y tus sombras.
Gracias por acompañar a esta familia con tu amabilidad, tu sentido del humor y tu buena actitud frente a la vida la mayoría del tiempo y por no guardar rencores, inquinas ni resentimiento en ese corazón galopante de nobleza, en medio de esta ciudad tan hostil y este mundo que a veces es tan amargo.
Disfruta mucho tu vida al lado de Ale y Milito.
Te ama,
Tu hijo Alejandro
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Qué belleza.
Hermosísimo.